Don Quijote, al llegar a la venta, en su primera
salida, habla a unas mozas de vida alegre, que están en la puerta, como si se tratara de
dos inocentes y encumbradas doncellas. Aunque al principio no pueden contener la risa al oírse
llamar con términos que presuponen la virginidad, más tarde se van a mostrar muy afables y atentas con él,
sirviéndole y ayudándole a beber con la frágil celada puesta y aceptando su estrafalaria conducta. Poco después
de ser armado caballero de una manera nada ortodoxa por el dueño de la venta y de que
una de esas jóvenes le ciña la espada y la otra le calce la espuela, don
Quijote les pregunta cómo se llaman y se entera así de su humilde origen: una
es la Tolosa y la otra la Molinera. Nuestro caballero andante, sin mostrar ningún asombro, por mucho que los nombres y condición no encajen
con lo que él había creído -ni con el castillo en el que pensaba estar-, pide, "por su amor", a una y "ruega" a la otra, que se llamen a partir de ese momento doña Tolosa y doña Molinera. El altanero personaje no utiliza en esta ocasión vocablos arcaicos y, si confunde a las ex doncellas, es reconociendo en ellas una nobleza que no reside en titulos ni apariencias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario